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  • Foto del escritorMeridiano Puebla

“Un presidente como tú”

“Un presidente como tú” por Jesus Ramos Martínez




Nicolás Maquiavelo es considerado un gran filósofo político, personaje incomprendido pues han sido sacadas de su contexto muchas de sus reflexiones. No obstante entendió que a veces si bien era deseable extenderse en las teorías de los grandes pensadores, frecuentemente estas reflexiones podrían despertar la curiosidad si una historia real en forma de relato era ofrecida como prolegómeno.


«Un presidente como tú»


Este fue el lema que a inicios de los años 90s sacudió Perú. En aquel momento la nación se sumergía en una polarización casi irreconciliable, y como toda buena receta latinoamericana la inflación no podía ser un ingrediente ausente en este coctel. Sumado a ello no debemos pasar por alto que el narcotráfico por un lado y por el otro, un grupo terrorista de corte maoísta llamado Sendero Luminoso, tenían al estado y a la población peruana bajo asedio.


Es así que un Pat Morita peruano de profesión rector de Universidad decide inmiscuirse en la política de su país, en un principio y siguiendo la lógica que hasta ese momento regía la sociedad, impidió que alcanzará su anhelo, el cual era formar parte del senado del país. Era obvio que bajo el statu quo imperante, los partidos políticos “tradicionales” no les causara gracia y es más ni siquiera tomaron con importancia los anhelos de este ciudadano peruano con ascendencia japonesa de apellido Fujimori.


¿Qué hizo entonces Fujimori?


Hizo justo lo que muchos no harían, continuo. Y construyó su propio camino. Al poco tiempo formó su propio partido político con escasa financiación y dobló la apuesta. Esta vez apuntó más lejos, la presidencia. Y contra todo pronóstico logró colarse en la siguiente ronda, el hartazgo de la población era tanto que Fujimori no fue el único, a su lado también otro “Don nadie” (como seguramente tildaron los políticos tradicionales a estos aventureros) de apellido Vargas Llosa se encontraba compitiendo por la presidencia.


Fue en este momento donde los partidos políticos tradicionales y los grupos empresariales que dominaban el escenario entendieron que sus fuerzas políticas y económicas estaban siendo rebasadas por estos dos llaneros solitarios. Y dado el discurso más confrontativo de Fujimori poco a poco decidieron a regañadientes apoyar a Vargas Llosa, pues hasta aquí era casi seguro que la presidencia se definiría entre estos dos, este detalle último lo creía firmemente el ciudadano de a pie, ese que seguro sufría con más dureza todas las amenazas antes señaladas.


Fujimori señalaba que el Perú se encontraba en la crisis más dura en toda la historia republicana. Y que los gobiernos no hacían lo suficiente por levantar la economía ni combatir el terrorismo de Sendero Luminoso. Llegadas las elecciones, la victoria y el voto de la población favorecieron a Alberto Fujimori.


Una vez en el poder se revelo la escena, por un lado llegaba un individuo o una fuerza nueva a la escena política. No conocía los usos y costumbres, o no los quería llevar acabo pues quería seguir el programa que lo llevó al poder. Del otro lado el congreso era dominado por los antiguos políticos y al mismo tiempo tenía a todos los jueces técnicamente en su contra. A ello hay que sumarle que todos los medios de comunicación, al menos los más poderos, estaban igualmente en su contra.


Los primeros meses Fujimori propuso reformas y normativas que fueron todas bateadas. En este punto el presidente no quería si quiera hacer uso de esas formas de “etiqueta por atrás de la cortina”, no quería el asumir desayunar o comer con la cabeza del senado o con algún juez. Y notando que los primeros meses no obtuvo el apoyo de las demás fuerzas del Estado. Comenzó entonces a saltarse a estas instancias, ni el senado ni los jueces. Empezó a dictar decretos ejecutivos y a la par a tachar a los senadores como improductivos y a los jueces de sinvergüenzas.


Al poco tiempo sus funcionarios empezaron a señalar que la constitución era rígida. Esto hizo explotar temores entre los que ahora se encontraban en la oposición. De buenas a primeras se sintieron los demócratas que a lo mejor tampoco eran, posiblemente había uno que otro que sí. Y al mismo tiempo que esto pasaba, Fujimori decidió liberar de la cárcel con un decreto ejecutivo a aquellos acusados de delitos menores, pues a la par que se peleaba con el senado y ahora los jueces. Fujimori había emprendido una ofensiva contra los terroristas. Motivo por el cual necesitaba más espacio en las cárceles. Esta acción dinamitó la nula relación del gobierno de Fujimori con los Jueces.


Era 1991, apenas había pasado un año desde su elección triunfante y aquellos que no eran de su gobierno ya lo tachaban de déspota oriental. E incluso comenzaron a pensar la forma desde la Constitución para destituirlo.


Y ¿Qué hizo Fujimori? Pues sí, doblo la apuesta.


A finales de 1991 presentó una serie de decretos, más de cien, entre algunos de estos había algunos que repercutían en derechos civiles, pues la guerra contra el terrorismo que era una de sus políticas de gobierno lo requerían, según Fujimori. ¿Cómo reaccionó el senado? Las echó para atrás. Este fue el paso que ponía al Rubicón a vista de todos. El senado incluso llamó a desconocer la presidencia de la república pues carecía de capacidad moral. Y ¿qué dijo Fujimori? Pues acusó a todo el senado de estar a sueldo del narcotráfico.


La cosa ya no podía estar más mal, y sin embargo estaba a punto de empeorar, solo era cuestión de tiempo para ver quién soltaría el primer golpe fatal.


Y el 5 de abril de 1992 los medios de comunicación interrumpieron su programación, Fujimori decidió disolver el congreso y la constitución. Oficialmente y siguiendo la frase célebre del episodio III de StarWars Fujimori se había convertido en lo que juró destruir.

Aquel que inició como un demócrata había perdido el hilo y la cabeza y se había convertido en un Tirano.


Y es que para algunos Alberto Fujimori puede ser un extraño ejemplo de autócrata. Si bien muchos lo son desde un principio y solo permanecen ocultas sus verdaderas intenciones hasta el momento oportuno donde mostrarse tal cual se es.


Todo esto sólo puede mostrarnos que en si la vida democrática siempre pende de un hilo. Y que siempre la ruina de una democracia o una república viene de parte de demagogos, que pueden tener un plan autócrata como Mussolini, Chávez o Perón por solo mencionar algunos o ser como este extraño caso del tipo Fujimori.


Sin embargo si hay pequeños vestigios o nociones que indican que el demagogo rompe ese refrán de “perro que ladra pero no muerde” pues el demagogo a su rival lo trata como un enemigo ya sea de facto, de palabra o ambos.


No se trata un vicio único de derechas o de izquierdas, de allí que será mejor etiquetar a este tipo de individuo como demagogo.


Y es que la palabra del demagogo es tan poderosa, que solo es cuestión de tiempo para que la palabra cambie al acto. El camino medio que sirve como puente es la polarización de la sociedad. Una vez polarizada la sociedad, difícilmente las mentes o voces más sensatas son escuchadas.


Y la caída de una república o democracia o puede ser de un solo golpe como el caso narrado sucedido en Perú el 5 de abril de 1992. O puede irse erosionando lentamente como suele ocurrir generalmente. Solo basta echar una mirada en las naciones con demagogos autócratas confesos o no confesos pero en esencia.


La forma más sutil es la que debe ser la que más incumba pues habitualmente comienza con ideas que incluso son embestidas de legalidad como mejorar la seguridad nacional, incluso mejorar la democracia, ya sea cuidando o mejorando las elecciones. Sin embargo, el toque que puede mostrar que se camina hacia donde realmente no se debería, es cuando estos puestos que se pretender vaciar, son ocupados por agentes afines a estos gobiernos, que más que potenciar la fuerza de estas instituciones autónomas y democráticas. Se vuelven en apéndices de estos gobiernos y los hombres fuertes que los encarnan.


Y es que el error común es creer que la democracia se concentra y es exclusiva del voto y su uso. Y en sí la democracia es una forma de vida. Aquel que se asume demócrata sabe que es una acción sin fin, a veces se podrá poner algo en la agenda, pero sabrá que esa idea, política o normativa no puede ser perpetua, debe ser revisada. Es un eterno consenso. Muchas veces más será necesario aceptar políticas que posiblemente no se compartan, pero si estas nacen de perseguir un verdadero bien común o un bien de Estado, deberán aceptarse, hasta el momento donde el debate político y verdaderamente demócrata y republicano lo devuelvan al plano público.


Este acto perpetuo es lo que molesta a los demagogos autócratas de cualquier espectro político. Y es ahí donde podemos notar con tristeza que de entrada muchos de los políticos de cualquier partido político, son siguiendo la analogía de como Abraham Simpson habla de su hijo Homero. “Mi Homero podrá ser tal y tal cosa, pero nunca”, son todo menos de espíritu demócrata.


Aparte que se requiere una eterna vigilancia y compromiso de parte de la ciudadanía al mismo tiempo de cierto temple emocional para no dejarse seducir por los cantos de sirenas de mares feroces.


Todas estas reflexiones las podemos encontrar detalladas en el libro Cómo mueren las Democracias de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt. Donde se aborda la fuerza del populismo tanto de izquierda como de derecha como elemento que clausura todo sentido demócrata y encumbra a individuos que bajo otros contextos políticos y sociales no decadentes tendrían un camino más difícil para apropiarse del espacio publico y robustecer la fuerza del Estado.



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